¡Cuántos secretos y tesoros esconde el viejo Madrid! Cada casa, cada edificio, guarda una historia sorprendente.
Así lo vivimos la mañana del 16 de noviembre. A un paso de la ruidosa Gran Vía, las calles se tornan silenciosas y tranquilas en las inmediaciones del Convento de San Plácido, Para los madrileños es “La Encarnación Benita”, fundado en 1623 y hoy parte del Patrimonio Histórico de España. Allí nos encontramos con nuestro profesor Rafael, Doctor en Arte e Historia para vivir una experiencia única.
Una religiosa benedictina nos da entrada a la iglesia del convento y a partir de ese momento todo es un torrente de arte e historias: arquitectura barroca de Lorenzo de San Nicolás agustino recoleto, pinturas sobre la preciosa cúpula de Francisco Rizi y Juan Martín Cabezalero, esculturas de Manuel Pereira, y al frente, dominándolo todo, el precioso retablo de la Encarnación del discípulo de Rizi, convertido en maestro, Claudio Coello.
Esta fue la casa del Cristo de Velázquez hasta que Godoy se lo llevó para luego formar parte de la colección del Prado, y la es todavía de sereno Cristo yacente de Gregorio Fernández.
Como si no fuera poco el arte, un manto de leyenda y escándalo se asocian a la historia del convento, que a pesar de todo, consiguió sobrevivir hasta nuestros días.
Proceso inquisitorial a 25 monjas del convento incluida la fundadora y el confesor en 1628, condenadas primero, restablecidas después, y vueltas a procesar según los vaivenes de las luchas políticas de la época con el Conde Duque siempre en danza.
La campana del reloj del viejo convento dicen que toca a difunto, regalo de un rey arrepentido, Felipe III, tras su persistente acoso a la hermosa monja Margarita que se libró gracias a la astucia de su priora que organizó el fingimiento de su muerte y sepelio.
¡Dios mío que tiempos!
Abandonamos discretamente el viejo convento, dejando una limosna para sus fines, y nos dirigimos hacia un lugar tan grandioso como poco conocido: San Antonio de los Alemanes en la Corredera Baja de San Pablo.
San Antonio de los Alemanes, terminada en tiempos de nuestro ya conocido Felipe III en 1633 como iglesia del hospital de San Antonio de los Portugueses. De los Portugueses, compatriotas del Santo, que a miles moraban en nuestra villa, hasta que nuestro vecino decidió entablar con nosotros una intermnable guerra de independencia de consecuencias conocidas. Y luego fue ya de los alemanes que vinieron con la que fue esposa de Carlos II.
Así es, se lo quitaron a los portugueses y se lo dieron a los alemanes, pero, todo sea dicho, nada le quitaron a nuestro querido santo.
¡Qué maravilla tan desconocida!
El interior de la iglesia es un perfecto ejemplo de ilusionismo barroco, en el que la pintura al fresco cubre desde las paredes hasta el techo y se une a la arquitectura y las esculturas de los retablos para crear un efecto de lujo, movimiento y colorido.
La Apoteosis del Santo en lo alto, pintada por Juan Carreño de Miranda sobre la cúpula elíptica, es una visión de la gloria, soportada por falsas columnas de arquitectura fingida y los santos portugueses pintados por Francisco Rizi.
Luca Giordano y otros pintores añadieron en 1702 el milagro de la Mula, los reyes santos y los no tan santos, no quedando un hueco sin colorear o pintar.
No hay mucho que hablar o explicar allí, pues hablan y lo dicen todo los sentidos mirando hacia arriba y a las paredes.
Se ve que nuestro entrañable santo se encuentra a gusto a juzgar por su amable expresión que talló también Manuel Perira.
Abandonamos el templo con el espíritu en alto, dejándolo bien cuidado por la Hermandad del Refugio, que sigue siendo fiel a su compromiso de caridad.
El Cronista Senior